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¿Por qué lloro a este tipo?

¿POR QUÉ LLORO A ESTE TIPO?

 

            Ha muerto Néstor Kirchner e imantado frente al televisor lloro de manera inconstante e intensa. ¿Por qué lloro a este tipo? Podría mostrarme respetuoso, asombrado, preocupado, pero ¿llorarlo?, ¿por qué? A mi que me costó el llanto con la muerte de mi padre, que había que estrujarme como trapo de piso difícilmente húmedo con la muerte de mi hermana, de mi madre…; justo con él, presidente o no, no lo conozco, tampoco fue un ídolo o representó un modelo de líder, tan solo me parecía simpático, demasiado simple al lado de su esposa, hincha de Racing mientras yo soy de los rojos. En general he sido crítico de su gestión, crítico no un opositor, con mayores simpatías por Cristina en esa interna imaginaria y malévola que uno inventa desde la morbosidad. ¿Por qué lo lloro? Esa pregunta me ha revuelto durante los tres días de duelo que se decretan por su muerte y no he podido despegarme de las imágenes, algunas altamente conmovedoras, otras desgarradoras pero en general como uno de los programas más aburridos que se puedan comentar en los últimos tiempos. Y sin embargo lo lloro.

            Cuando Néstor Kirchner asumió una de sus primeras palabras fueron “somos todos hijos de las madres y abuelas de plaza de mayo”. Difícil medir la magnitud de una frase que podría haberse entendido como metafórica, demagógica, victimante, una vez más, de las víctimas del genocidio. Frase punzante por su vehemente estoisismo, como una interpretación que golpea al cuerpo mientras uno la digiere con la cabeza.

            Cuando Menen decretó el indulto (corolario de la claudicación de Alfonsín con la obediencia debida y el punto final), con el espíritu de pacificar al país, algo quebró definitivamente mi espíritu. Si la cosa era así, si ellos tenían razón ya sea por impotencia (Alfonsín) o por estrategia (Menen) entonces había que rendirse, uno había estado equivocado toda la vida, había creído mal y entendido peor como era la cosa. Ni la democracia era cierta, mucho menos la justicia. Era, como demostraba Menen con sus actos, un sálvese cualquiera, al carajo con la solidaridad, con el otro, viva yo que me procuro. La hipótesis era extraña, ¿cómo pacificar indultando al genocida? Imagínese… a usted le violan, le roban le matan a un hijo y en nombre de la pacificación el homicida queda libre. Libre de cruzarse con usted por la calle, de que lo salude con una sonrisa socarrona y burlesca, que lo mire con cara de… “yo te dije, algo habrá hecho” y si estoy libre… “por algo será”. Ver al genocida jugar al abuelito bueno, de disfrutar de su jubilación especial, de brindar con su familia en los asados del domingo…

A uno le queda la desesperanza, la vejación triplicada. No sólo tolerar la muerte del querido, también la burla del asesino y la vergüenza de la rendición. ¿Cómo pacificar así? Si la puerta de salida es hacer justicia por mano propia y terminar preso en el lugar que le cabe al criminal, eso si se tiene coraje, y si no irse del país para ser un anónimo en las calles de cualquier otra ciudad para que no te reconozcan en la vergüenza y desasosiego. ¿Cómo entender la pacificación desde el indulto al genocida? Si un hombre que mata a treinta mil puede quedar libre, ¿por qué otro que mata a tres, que viola a dos, que roba o estafa a una no va a quedar libre? La hipótesis de Menen era la construcción de un “viva la pepa”, de “te creíste el cuento gil”, de “si todo está perdido, entonces todo está permitido”. Menen con su indulto provocó un efecto real que caló en mi sin darme cuenta, terminé siendo menemista sin saberlo, no sólo era lograr la muerte de toda idealización o utopía de un mundo mejor sino y además instalarse en el mundo como una individualidad egoísta, desinteresada, desapasionada de toda otredad. No solo era convertir al país en una propiedad privada, era… si no tenés país, convertirte vos mismo en propiedad privada y que entonces nadie se meta con vos ni vos con el otro. Era ser consecuente con el modelo neoliberal, ser un hombre neoliberal, egoísta, ambicioso, objetivo, con el sentimiento solamente permitido en creer que todo es una fiesta, donde la historia de tu vida sería la historia de tu billetera.

            Cuando Kirchner bajo las fotos de los genocidas de la sala, cuando hizo de la ESMA un museo de la memoria, cuando abolió las leyes de punto final, obediencia debida, el indulto, cuando derogó la ley que impedía extraditar a los genocidas, cuando comenzaron los juicios, cuando les dio espacio real a las madres con la Universidad, la radio y la televisión, cuando abrió los archivos secretos de la causa AMIA, cuando removió la cúpula militar, cuando descabezó a la policía federal sospechada de corrupta, cuando logró remover a la corte adicta, resignificó la cosa. Menen que se hartó de recitar que “un pueblo que olvida su historia tiende a repetir”, nos inducía a reconocer que la historia estaba echa de huecos, de vacíos, de mentiras, que la historia era siempre y a condición de ser historia de olvidos. Kirchner, que casi nunca dijo esa frase comenzó a mostrar que la historia es memoria, y con ella el dolor, el sufrimiento, la congoja y por ello la experiencia para poder sumar. Nuestra historia es casi para avergonzarse pero como sea es la nuestra para saberla y tratar de no tener que avergonzarse más.

            Cuando Kirchner dijo “todos somos hijos de las madres y abuelas de plaza de mayo” algo comenzó a develarse. Cuando murió, una de esas madres dijo; “a muerto un hijo nuestro”  Pero este hijo que acaba de morir no es un hijo cualquiera, es un hijo muerto con nombre y apellido, no es un hijo desaparecido, es un hijo que se había podido disfrutar. Por eso lo lloro, porque cuando el murió mi conciencia se desentumeció remolinándose de recuerdos, rescató el olvido, su muerte me recordó a mis amigos muertos, a mis compañeros torturados y desaparecidos, a los sobrevivientes de la dictadura que no soportaron y murieron a los pocos meses de Alfonsín, porque cada uno de ellos reaparecía ya no en el olvido o la burla, sino junto a Kirchner, cada vez más, como muertos presentes, más sonrientes con los dedos en V o con el puño alzado, cada vez más con sus nombres y sus rostros, cada vez más, menos anónimos, menos desaparecidos. Por eso lo lloro, porque su muerte devela la historia, porque el trapo de piso fue untado de justicia, de verdadera pacificación. Un preso no te devuelve un hijo, pero al menos te consuela de saber que el otro no se la lleva de encima, que el otro no hizo patria, que el otro es un hijo de puta y que eso es verdad y que eso fue lo que hizo en su vida: ser un hijo de puta. Y que Kirchner dijo que los hijos de putas caminarán libremente, pero en los penales.  Lloro en tu muerte mis muertos olvidados, aquellos que no lloré por miedo y cobardía, aquellos que desprecie como inútiles e infantiles, tu muerte los reivindica y me reivindica, he sido un hombre que soñó, que quiso, que amo, que deseo un mundo mejor, un hombre mejor, tener amigos, mujeres, familia. Y hoy tu muerte me despierta, del largo letargo y de esa frialdad que parecía incurable. Tu muerte es la muerte de mi muerte, es el recoger la vida de los que no están y de los que sí están, es volver a sentir, volver al calor. Tu muerte es el punto que marca la conciencia del se puede, de que si hay justicia, y entonces con justicia, un mundo distinto se puede, con aquel, el otro, mi hermano y hermana, con vos Néstor y con vos Cristina.

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            ¿Por qué lloro a este tipo? Yo nunca fui pobre, simplemente de clase media decadente pero nunca necesitada. ¿Por qué lloro cuando esa mujer grita agradeciéndote que gracias a vos ella come y le da de comer a sus hijos o cuando ese hombre te dice que por vos tiene trabajo? Yo que conocí el hambre, pero el hambre de la clase media, el hambre snob del jovencito que viaja de mochilero para conocer al mundo; ¿qué tiene que ver conmigo esa gente agradecida si justamente yo, el clase media, no se ve muy favorecido por tus políticas de estado? Financiaste a las barras bravas para ir al mundial, toleraste los piquetes que lo único que me generaban eran descuentos por llegar tarde o no llegar a mi lugar de trabajo.  Me enojé porque a mi no me financian los viajes, porque tengo que trabajar 35 años en dos trabajos para jubilarme porque no puedo siquiera cambiar los muebles de mi casa. A mí que me importa el fútbol para todos si tengo y pago cable. Yo que tengo casa propia, coche, me preocupa que no se preocupe de la inseguridad que tengo para conmigo y para con los míos.  Entonces, ¿por qué lloro a este tipo?

            Cuando Néstor y Cristina dispusieron de la asignación universal por hijo, cuando incluyeron en la jubilación a más de un millón de mujeres y hombres que sólo sobrevivieron de changas, cuando promulgaron la ley de matrimonio igualitario, cuando apuntalaron las distintas asociaciones en defensa de las diferencias, algo comenzaba a develarse.

            El respeto por los derechos humanos no era una frase, era una acción. El respeto por la diferencia no era ser un religioso tolerante sino un ciudadano que acepta activamente la desigualdad. Pero diferencia innata y no promovida, diferencia propia y no coercitiva. Y para aceptar la diferencia es importante la igualdad en la oportunidad que te da la oportunidad de mostrarte distinto. Y ser distinto: negrito, boliviano, judío o comunista cabía solamente desde la inclusión. Incluirnos a todos al derecho humano al derecho de poder pararse derecho.

            Hay dos modos de incorporar el orden: o por la represión o por la inclusión, o volvemos a utilizar al policía villero para que mate a su hermano villero, o incluimos al villero desde su modo y forma para acogerlo y prestarle los mismos servicios que a cualquiera para convivir. ¡Por supuesto que los barra brava no iban a cambiar después del mundial! Pero algún barra brava habrá comprendido que lo que cambió es el otro que no lo trata como sospechoso sino como hermano.

            Y mientras velan a su cuerpo, mis hermanos de clase están preocupados por a dónde y cuánto le saldrán las vacaciones. Y se burlan, festejan o se muestran indiferentes a todo aquello que no sacude su vida de burguesitos clase media, sin entender que la seguridad que pretendemos para nosotros y nuestros hijos tiene que ver con la inclusión y que la inclusión tiene un costo en nuestro bolsillo, claro que sí, pero tiene una ganancia en el aire. Porque habrá que esperar generaciones para recomponer la descomposición. No llorar muertos que hoy no son nuestros, pero que ayer lo fueron y que, si la represión es la forma, mañana lo podrán ser.

            Por eso lloro a este tipo, porque dignificó al pobre, al trabajador, al marginado, y porque la puta clase media burguesita tendrá que ver a sus hijos mezclados con los hijos de aquellos, en las escuelas, en los bares, en los recitales. Porque si pretendo mi seguridad debo entender cuanto más seguro estaré mientras más esté con otros que me cuiden. Porque seguridad es el respeto a mis derechos y entonces, si o si, el mismo derecho que le cabe al prójimo. Aunque no pueda cambiar el auto, pintar la casa o comprarme muebles, igual te lloro, porque mi costo no es nada al lado de la ganancia de tu enseñanza. Se trata de vivir mejor, pero sólo y siempre a condición de que ello ocurra para todos.

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            ¿Por qué lloro a este tipo? Si al fin y al cabo no hizo más que desplantes a mi provincia. Favoreció a los vecinos, inclusos a los vecinos de la oposición. Si poco a poco la supuesta relación carnal con nuestro gobernador se convirtió en un fría y absoluta entrega a cambio de prácticamente nada. Entonces, ¿por qué lo lloro?

            Cuando Néstor Kirchner intentó forjar lo que supuso transversalidad, convocó a Cobos, un mediocre y estéril gobernador de Mendoza para intentar aliados progresistas en un frente común. Cobos demostró ser absolutamente consecuente con su accionar político, nació desde el oportunismo de su “amistad” con otro radical y fue un traidor a su amigo, a su partido, y termino traicionando la transversalidad, al proyecto, al progresismo, porque el señor no está dispuesto a codearse con el pueblo pobre sino con el empobrecido pueblo agroexportador. Y Cuando el presidente apoyó a Jaque, este día a día, minuto a minuto, fue demostrando que su amistad era nominal, que nunca se acercaría ni ahí a la política del presidente. Hasta hace unos meses jamás en Mendoza se hicieron juicios a los genocidas, la corte adicta al radicalismo fue la misma corte adicta y entongada con el ejecutivo. No combatió los medios hegemónicos y defensores de intereses, tranzó con ellos y con las corporaciones. No combatió a favor del ingreso, Mendoza es una provincia tan cara como Santa Cruz, pero con salarios que a duras penas llegan a la mitad. Nunca fue transparente, no supo combatir la inseguridad, pacto con los sectores conservadores de la provincia. Si por Jaque sería, habría ido a la misa de Bergoglio.

            Los referentes mendocinos mostraron no tener vergüenza y por el contrario ser menemista, decir una cosa y hacer otra. Frente a ello, Kirchner demostró la contracara, ser fiel a sus ideas, a sus amigos, a quienes lo acompañan. Ser fiel a la palabra y no hacer actos por el día de la lealtad para reprocharle a quienes no están con él que no son leales. Kirchner que es peronista, demostró que no se etiqueta de falsedad sino que es consecuente y entonces la etiqueta la ponen los otros.

            Por eso lloro a este tipo, porque la lección de vida que me deja, me averguenza como mendocino pero me reivindica como persona. Yo que siempre pretendí la consecuencia y coherencia entre el pensamiento y la palabra encontré en él, un referente de los de arriba, de los que mandan, de los que tienen poder, que se puede, estando arriba y en el poder ejercerlo para el otro donde entonces, que se vayan serán todos, sí menos algunos.

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